En las madrugadas tibias y húmedas de la costa sur, los espantos y aparecidos de Suchitepéquez siguen caminando entre nosotros. Lo hacen sin prisa, con el paso cansado de los siglos, cuando la luna cuelga sobre los ríos y los cañaverales murmuran.
Nadie sabe cuándo empezó todo. Tal vez cuando los primeros hombres encendieron fogatas junto al río Sis y escucharon, desde la bruma, el llanto de una mujer. En este rincón del sur, los espantos y aparecidos de Suchitepéquez no son cuentos para dormir: son presencias que respiran entre los árboles y los ríos. Aquí, lo invisible también tiene rostro.
La Llorona camina descalza, buscando a sus hijos perdidos. A veces, su silbido se mezcla con el murmullo del agua, y los perros enloquecen. Dicen que aparece bajo los puentes o junto a la Poza de Chipinoz, con el rostro empapado en lágrimas que no se secan.
Las damas del agua y del aire
En las noches de luna llena, el tanque público de Mazatenango se transforma en escenario de un prodigio. La Siguanaba, con su vestido blanco y su voz de neblina, se baña bajo la mirada de las estrellas. Su cabello flota como humo sobre el agua, pero su rostro —dicen— es un abismo: a veces caballo, a veces calavera. Los que la espían quedan hechizados o pierden la razón.
Más al norte, en San Bernardino, una mujer alta y luminosa cortaba el algodón con manos de luz. Los ancianos aseguran que es la Virgen de Concepción, que baja del cielo a preparar los pañales del Niño Dios. Otros la llaman Santa Ana, y juran haberla escuchado coser a medianoche, cuando las campanas duermen.
Guardianes, travesuras y milagros
En la curva del río Coyolate, Juan Noj protege a los caminantes. Su capa negra reluce con el rocío, y su cueva —dicen— es un portal donde el tiempo no pasa. En Río Bravo, los Camarones Encantados conceden fortuna a quien los atrapa; fortuna que huele a mar y sabe a misterio.
Entre los cañaverales se esconden los Uines, criaturas diminutas que chupan las cañas y las vuelven amargas. Para alejarlos, los campesinos colocan una cruz de ocote envuelta en tela roja. Si los olvidan, las cosechas lloran.
Y por los caminos, el Señor Venado recorre la noche, guardián del agua y la tierra. En su mirada caben todos los secretos del monte.
Donde la realidad se desvela
Los espantos y aparecidos de Suchitepéquez son parte de su gente, de su aire caliente y de su memoria. Entre fogones y corridos, los pueblos los cuentan no para asustar, sino para recordar que el alma también tiene sus caminos invisibles. Porque en Suchitepéquez, lo mágico no se inventa: simplemente se aparece.


